La Biblia señala en 1 Tesalonicenses 5:16 “Estad siempre gozosos” y con ello apreciamos la voluntad de Dios para la vida de los suyos. Naturalmente este mandato suele ser cuestionado por nuestra carne cuando enfrentamos tiempos difíciles, pero no por ello, deja de ser nuestro deber y privilegio el asimilarlo.
Para entender cómo podemos obedecer a este mandato es necesario que entendamos primero que el gozo permanente es algo que solo los creyentes pueden vivir en el Señor. En el contexto del pasaje podemos ver que el mandato está dirigido a la iglesia. Los incrédulos no pueden experimentar el gozo bíblico, ya que buscan en sí mismos o en otros lo que solo Dios puede proveer.
Es en Cristo, que el creyente puede disfrutar de la obra del Espíritu Santo, cultivando su fruto. Gálatas 5:22-25 señala:
22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24 Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. 25 Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. Gál. 5:22-25
Notemos los detalles, la Biblia habla de El fruto del Espíritu. Note bien eso, es el fruto de Él. Todo esto es parte de su naturaleza, no puedes separar uno de otro como virtudes con vida propia, todo esto se encierra en Él, por lo tanto, cuando el Espíritu está con alguien, Él provee de todas estas cualidades que son su fruto. El verdadero creyente no tiene solo una o algunas virtudes de este fruto, lo tiene completo. El problema aquí se genera si la persona no está dispuesta a vivirlo, pero lo tiene. Y el gozo es el segundo componente de este fruto.
La razón por la cual un árbol puede dar fruto es porque tiene vida y el verdadero creyente puede dar fruto porque Cristo nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados.
Pablo, señaló en Romanos 14:17:
Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo.
Romanos 14:17
Es de ayuda también señalar, que el gozo no es circunstancial. La palabra siempre no da espacio para equivocaciones al respecto. Si la fuente de gozo es Cristo y el creyente está ligado a Él, siempre puede experimentarlo.
El hombre natural define el gozo como una felicidad puntual asociada a una situación fortuita o un hecho favorable particular, pero el gozo del cristiano no procede de las circunstancias, sino de las bendiciones que ya le pertenecen porque está en Cristo.
Esa es la razón por la cual aún en asedios de dolor o tristeza, el creyente puede perseverar en el gozo. Un gozo que según las Escrituras es inefable y lleno de gloria (1 Pedro 1:8), el cual no desaparece en medio de las pruebas.
Por eso mismo, el apóstol puede describirse a sí mismo y a sus compañeros como entristecidos, mas siempre gozosos (2 Corintios 6:10) y puede afirmar que se gloría en las tribulaciones (Romanos 5:3; cf. Santiago 1:2).
Antes de llegar a Tesalónica, el propio apóstol Pablo y Silas estuvieron en la cárcel de Filipos después de haber sido terriblemente maltratados, pero su actitud es impresionante, ellos están cantando alabanzas a Dios (Hechos 16:25) tal fue el impacto de sus vidas de gozo en la adversidad que luego los mismos Tesalonicenses aprendieron de aquello.
Pablo les reconoce al comienzo de la carta de la siguiente manera:
Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo. 1ª Tes. 1:6
Los tesalonicenses, como el común de la iglesia primitiva, debían lidiar con la persecución política y religiosa por causa de su fe en Cristo, pero lo podían hacer con gozo porque tenían un criterio correcto de quien era su Señor a quien imitaban.
De hecho, ese mismo Señor nos da un modelo sin igual. Las Escrituras nos enseñan que Cristo fue “varón de dolores, experimentado en quebranto”. Sin embargo, él poseía un gozo profundo que iba más allá de todo lo que el mundo pudiera ofrecer. Aun frente a la realidad inminente de su muerto, Cristo le señalo a sus seguidores: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido “ (Juan 15:11). Y el libro de Hebreos nos enseña que por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz. (Hebreos 12:2).
El gozo del creyente es el resultado natural de una relación íntima y constante con Dios a pesar de las circunstancias, no depende de situaciones físicas transitorias, sino de realidades espirituales permanentes. El creyente, ciertamente, tiene que afrontar muchos contratiempos, pero lo hace a sabiendas de que constituyen una aflicción leve y pasajera en comparación con el eterno e incomparable peso de gloria que, por la gracia de Dios, será manifestada (2 Corintios 4:17).
En otras palabras, detrás de las pequeñas circunstancias de la vida, el creyente siempre vislumbra la mano providencial de Dios trazando un plan mucho mayor y más glorioso. Sabe que no es llamado a sufrir en vano, sino que las aflicciones sirven, bajo la providencia divina, para adelantar el proceso de su santificación y transformación. Consciente de que Dios obra todas las cosas, aun las más adversas, para su bien, puede experimentar gozo incluso en los momentos más oscuros.