¿DEBERÍA TOMAR DECISIONES EN BASE A SI SIENTO PAZ O NO?
No son pocas las ocasiones en donde se ha escuchado a creyentes señalar que la razón para tomar una decisión particular ha sido la paz que han sentido. Sea cual sea la circunstancia que nos lleva a tomar una decisión, el punto es que se le asigna a la paz una capacidad sorprendente en cuanto a su poder de resolución, limitando el curso de acción de la vida a lo que sería el sentir o no sentir aquella paz.
Pero ¿Qué tan bíblica es esta forma de pensar? ¿En qué momento la paz asume un rol gravitante en las determinaciones de la vida de un cristiano? ¿Cuál es la base para afirmar con tanta convicción que sentir paz es lo esencial para hacer o no hacer algo?
Las Escrituras en el libro de Jonás señalan lo siguiente:
«Vino palabra de Jehová a Jonás hijo de Amitai, diciendo: Levántate y ve a Nínive, aquella gran ciudad, y pregona contra ella; porque ha subido su maldad delante de mí. Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia de Jehová» (Jon. 1:1–3)
Este es un relato muy conocido. La determinación divina es que los despiadados ninivitas tuviesen la oportunidad de arrepentirse de sus pecados, y Jonás es el encargado de llevar de parte de Dios un mensaje de juicio para ellos. Pero, por más que es explícito que Dios ha dado una orden a Jonás, y que la ida a Nínive es lo que el profeta debe hacer, está determinación no produce paz en el corazón de Jonás, sino todo lo contrario: Sentimientos de intranquilidad, intentos de huir de la presencia de Jehová, uso innecesario de recursos en la compra de pasajes, etc. Obviamente, nada bueno se puede esperar como resultado de desatender la voz de Dios. Pero, aunque Jonás no tenía paz para hacer lo que era correcto, sí la tenía para llevar adelante sus propias malas determinaciones.
Al continuar el relato del Antiguo Testamento, se puede notar cuan tranquilo se encuentra Jonás con sus decisiones. La Escritura señala:
«Pero Jehová hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave. Y los marineros tuvieron miedo, y cada uno clamaba a su dios; y echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Pero Jonás había bajado al interior de la nave, y se había echado a dormir. Y el patrón de la nave se le acercó y le dijo: ¿Qué tienes, dormilón? Levántate, y clama a tu Dios; quizá él tendrá compasión de nosotros, y no pereceremos» (Jon. 1:4–6)
Tratemos de imaginar esta escena. Hay una tempestad tan gigante en el mar que los marineros, con la experiencia que tienen, pensaban que la nave se iba a partir, naturalmente tienen miedo, claman a sus dioses y empiezan a lanzar sus enseres, y ¿Qué está pasando con Jonás? Frente a todo lo que sucede, manifiesta calma, relajo y descanso. A fin de cuentas, un sentimiento de paz que dista mucho de lo que es agradable a Dios. En este sentido, Jonás es una pequeña muestra del peligro que conlleva pensar que el sentimiento de paz nos ayudará de manera objetiva al momento de tomar determinadas resoluciones. Y es que la paz –con todo lo útil que puede llegar a ser– no fue diseñada por Dios para ser el barómetro de nuestras decisiones.
Los mandatos explícitos de la Escritura siempre deben ser obedecidos (1 R. 2:3). Lo ideal es que el corazón esté en paz con ello, pero si aún no lo estuviese, la decisión de obedecer debe mantenerse inalterable. Es así como los cristianos somos convocados a hacer lo correcto (Fil. 4: 8–9). La paz que experimentan algunas personas después de tomar una decisión difícil, muchas veces resulta ser solo un «sentimiento» de tranquilidad por haberse desprendido del estrés y la tensión que les implicaba tomar la decisión, lo cual no quiere decir necesariamente que han hecho lo correcto.
Considere una muestra de textos del NT que describen el camino de la vida cristiana.
«Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc. 9:23.)
«Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Co. 9:26-27)
«Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis» (Gá. 5:16-17)
«Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma» (1 P. 2:11)
La terminología es enfática al declarar: «niéguese a sí mismo»; «golpeo mi cuerpo», y «lo pongo en servidumbre», en directa relación a la necesidad de caminar en santidad. Así también, las expresiones como: «los deseos de la carne son contra el Espíritu» y «pasiones que combaten», nos ayudan de igual manera a comprender la realidad que todo creyente en su peregrinaje por este mundo debe enfrentar. El hilo conductor de estos pasajes es el conflicto interior que es normal y bueno a medida que el cristiano se esfuerza por alinear su corazón y obras con la voluntad de Dios.
Los escritores del Nuevo Testamento describen la vida cristiana diaria en terminología de batalla. Por lo tanto, tener una paz sobre las decisiones en la vida podría ser una mala cosa. Aún más, cuando se trata de la toma de decisiones bíblicas, puede que inclusive tengamos que enfrentar una guerra al respecto.